Acaba de comenzar una jornada de huelga contra una nueva reforma educativa. El ministro Wert lo ha conseguido.
Más allá de su manifiesta estupidez al reconocerse "portento de humildad", Wert lo está haciendo a la perfección (como ya se adelanto en otra entrada de este blog hace casi un año).
Ya ha reconocido públicamente que no le gusta ser el ministro peor valorado y, por otra parte, se puede imaginar que tampoco será de su agrado ser "malrecibido" en todos los sitios. Su ida está cercana aunque no tenga donde ir.
Ahora se le nota la inquietud y las prisas por llegar al último estadio diseñado: su ida.
Por muy lejos que vaya, supongo que será difícil olvidar su cara y sus hechos para todos aquellos padres y alumnos que verán como todas las ilusiones que un día dibujaron en sus mentes, pueden desvanecerse por el antojo caprichoso y prepotente del que no sabe escuchar.
Ya no vale decir que todos no podrán estudiar por cuestiones económicas. Tampoco sirve recalcar que los profesores trabajamos bastante más de las 20 horas lectivas. Nada vale ya para limpiar tanta mierda vertida.
A ojos de la opinión pública, el velo mediático del Partido Popular ha denigrado una de las profesiones más bellas del mundo hasta el punto de hacer prácticamente irrespirable el ambiente que se puede crear ante un "sí, yo soy funcionario en Educación".
Pues así es. "Yo soy funcionario en Educación". Es muy probable que el señor ministro no haya impartido una clase en secundaria en su puñetera y humilde existencia. Tampoco creo que haya tenido los arrestos necesarios para explicar, cara a cara a unos padres, qué salidas tiene su chaval adolescente con dificultades de aprendizaje.
La clave de todo esta madeja se encuentra en la propia esencia de la madeja: su longitud.
Wert no ha hablado de que la Educación es un largo camino donde es muy difícil permanecer constante en el trabajo y los resultados. La adolescencia es así de caprichosa y, con esta nueva ley, tratar a los alumnos desde primaria hasta los universitarios como personas completamente maduras y formadas íntegramente no es más que desafiar a la propia naturaleza.
¿Qué sucedería si utilizásemos el mismo rasero para ellos? Sí, para los mismos que se equivocan a diario con graves consecuencias para el resto de la población. ¿Podríamos aplicarles el suspenso de su revalida institucional y condenarlos a que no pisaran un edificio público en toda su vida?
La LOMCE nos va a afectar a todos. Los profesores y los padres ya somos adultos para poder comprender qué viene y cómo trataremos de paliar sus efectos, en la medida de nuestras posibilidades pero, ¿y los críos qué?
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