Hoy, con la moda de los "pines", es imprescindible leer este libro:
Hace años, cuando estaba en Extremadura, formaba parte del
núcleo duro de resistencia de un grupo ecologista contra la implantación de una
cementera en una zona protegida. Allí conocí a Alfredo, un señor mayor que
había estado en un campo de concentración nazi. Nunca me atreví a preguntarle
por aquellos tiempos. Después de leer el libro me arrepiento de no haberlo
hecho pero, después de bucear en la vida de Levi, Paul Celan, Sara Kofman y
Jorge Semprún, me alegro de no realizar aquellas miles de preguntas que me
pasaron por la cabeza.
Después de leer el libro de El Aleph Ediciones, que
contiene un apéndice clarificador de 1976, tengo dos sentimientos contrapuestos
que trataré de justificar en esta reseña. La lectura ha sido de dos sentadas y,
como por azar, creo que son dos libros diferentes. La primera parte que leí fue
hasta la página 77, cuando se inicia la primavera y el invierno se ha ido. La
segunda hasta el final.
En la primera parte el lenguaje tan claro, descriptivo y
plagado de detalles asfixia hasta el punto que produce hastío encontrar
detalles que parecen impropios de la especie humana. Esta abrumadora claridad
de léxico fácilmente comprensible y exento de adornos inútiles nos va clavando
imágenes imborrables de horror, asco y abominación por nosotros mismos. Un
lenguaje tan directo que a veces parece que nos lo está contando en persona.
Durante las primeras 77 páginas nos “maltrata” con el relato de una realidad
que se compone de una serie de reglas que conforman el mundo del Lager, el
Ka-Be y las relaciones de supervivencia entre los propios prisioneros.
La angustia general del ambiente del campo de
concentración se une a la diversidad de lenguas que allí abundan. Debemos
recordar que para el año en que Levi ingresa en el campo, muchos son los países
que han sido presa de los planes imperialistas de Hitler y, muchos más son los
prisioneros necesarios para sustentar una creciente industria militar que
afiance el motor expansionista del Fürher. Este crisol de lenguas permite
aislar a los prisioneros dentro del propio campo, hasta el punto que la no
comprensión de determinadas órdenes en alemán puede ser objeto de una muerte
segura. Es la soledad dentro de la soledad.
No hay persona que pueda acostumbrarse a los innumerables
ejemplos, que nos brinda en estas páginas, sobre el hambre que no deja dormir,
el frío que te impide moverte y la falta de dignidad personal que, envuelta en
silencio, es la garantía de seguir vivo.
A partir de esa primavera, Levi y el lector parecen
haberse enquistado en estos sentimientos descritos anteriormente. El hambre, la
muerte y el dolor ya no hacen tanto daño como el principio. Ahora el ahogo
viene por parte del cuándo. No cuándo la muerte vendrá ni si será seleccionado
o no, sino cuándo entrará el frente ruso y los liberarán. Los rumores inquietan
pero no albergan esperanzas porque la esperanza es propia de los hombres y, los
que allí pululan ya no son ni hombres. Levi ha aprendido a comerciar con
objetos, con su mente de químico y con las reglas del Lager. Ya no le sorprende
a él ni a nosotros que forme parte del sistema de corrupción, que dentro de
todo ese estiercol social, es menos corrupción. La vida es adaptación y
sabiduría. Desde Schespchel, que condenó a un compañero para salvarse, pasando
por Alfred L., que bajo su apariencia de químico limpio y educado, capaz de
cambiar pan por betún para crearse una imagen positiva que le haría sobrevivir,
hasta el bufón enano de Elías Lindzin, cuyas bravuconerías le permitirían estar
en el grupo de los salvados, desfilan muchos más “hundidos” que no supieron
leer la situación o que, como Levi y Alberto coincidieron ante el último
ahorcado, fueron los verdaderos héroes que no dejaron quebrantar su dignidad.
Si esto es un
hombre es un ejercicio de liberación personal que no puede vivir eternamente en
la mente de nadie. Su suicidio lo atestigua. Elie Wiesel, premio Nobel de la Paz en 1986, aseguró que "Primo
Levi murió en Auschwitz cuarenta años después".
¿Por qué escribir si lo que reside en nuestra mente nunca se irá en
la tinta que cubre las hojas? Paul Celan terminó escribiendo versos más cortos,
menos explícitos y, antes de dejar la escritura, dejo que el Sena se quedara
con su cuerpo. Sara Kofman, cuyo padre murió en Auschwitz también se suicidó
tras dejar por escrito multitud de ensayos y libros referidos a este período de
la historia reciente. “Levantar la mano
sobre uno mismo” , libro premonitorio del filósofo Jean Amery que afirma
que el suicidio no es una muerte anti-natural. Estos autores cercanos a la
experiencia nazi demuestran que las letras como vía de escape no funcionan. No
lo digo yo sino que me apoyo en el título del libro de Jorge Semprún: “La escritura o la vida” . Es necesario
aprender a convivir con la memoria para que los recuerdos no te empujen hacia
lo que se desea inconscientemente. Levi lo sabía, pero su deseo responsable de
transmitir esta barbarie, estuvo por encima de las consecuencias que le
llevarían el revolver con tanta sinceridad y clarividencia en el interior de
sus vivencias.
Todos, absolutamente todos deberían leer este libro.
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